Durante los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, el presidente de la Watchtower, Nathan Knorr, pronunció un discurso público titulado extrañamente: “Paz… ¿será duradera?” La Organización esperaba que la guerra terminara y que le siguiera un período de paz. Y así ocurrió. Con esa expectativa en mente, Knorr estableció la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower (ahora conocida simplemente como Galaad) para capacitar a los misioneros, quienes han sido enviados a más de 200 países e islas para enseñarles a las personas acerca de la Biblia. El momento no podría haber sido mejor, ya que después de la guerra el campo estaba listo para la cosecha. Además, después, todas las congregaciones comenzaron a ser preparadas para instruir a los ministros en cuanto a cómo hablar y enseñar con eficacia.
En estos últimos 75 años, desde aquella guerra, ha habido una relativa paz y prosperidad. Sí, es cierto, ha habido numerosas guerras y conflictos menores, pero a nivel general, ha prevalecido la paz. Los testigos de Jehová han prosperado en este ambiente de tranquilidad y libertad. Incluso, es posible que ya hayan logrado la obra de predicar el Reino hasta los confines de la tierra. Razonablemente, entonces, ahora podemos esperar que llegue el fin. No, no el fin del mundo, sino el fin de la paz, el fin de la obra mundial, el tiempo del fin de este mundo perverso.
¿Quién puede negar que las oscuras nubes de un conflicto nunca antes visto se están formando en el horizonte? Los ejércitos de los países más poderosos están llevando a cabo los preparativos finales. Las armas están siendo colocadas en sus puestos, algunas incluso en el espacio exterior. Ya se ha desatado una pandemia a nivel mundial. El caos financiero ha estallado de repente. Hay propaganda en todas partes. Hay una guerra contra la verdad misma. Y es cada vez más probable que haya un lucha entre naciones con armas nucleares. Se acerca una gran tormenta. Un tiempo de problemas como ningún otro está destinado a suceder según el libro de la verdad, tal como lo expresó un ángel que habló con Daniel: “Lo que te voy a decir es verdad” (Daniel 11:2).
Varios cientos de años antes de Cristo, a este profeta hebreo se le dio una idea del futuro distante, del tiempo durante el cual el Dios del cielo intervendría poderosamente en los asuntos del hombre al otorgar poder a alguien que llegó a ser humano, descrito en el capítulo 7 del libro que escribió este profeta como un hijo del hombre a quien se le da poder y autoridad sobre todo.
Por su parte, el capítulo ocho describe a este hijo del hombre como el Príncipe de príncipes. Mientras que el capítulo 12 se refiere a este mismo príncipe como Miguel, el gran príncipe que está de pie a favor del pueblo de Dios.
Desde el punto de vista estrictamente humano, el conflicto que está a punto de estallar involucra a ejércitos terrestres. Sin embargo, lo que no se ve a simple vista —ni tampoco es detectable por ningún tipo de sensor electrónico— es que hay combatientes no terrestres mucho más poderosos.
Tal como se revela en el capítulo ocho de este enigmático libro, la coronación del Rey del Reino de Dios tiene lugar de manera invisible en los cielos. Daniel pudo vislumbrar más esta realidad invisible cuando un ángel materializado le informó que el príncipe de Persia le había impedido realizar su asignación durante tres semanas hasta que Miguel intervino a su favor.
“El príncipe de Persia” no pudo haber sido un príncipe humano, al igual que Miguel no es humano. Ninguna criatura de carne y hueso podría tener éxito al luchar contra uno de los poderosos espíritus de fuego de Jehová. Los ángeles son sobrehumanos, mucho más poderosos que los simples terrícolas. No, el príncipe de Persia era un ángel enemigo, un demonio, que gobernaba desde la dimensión invisible aquella región terrenal. Pablo escribió acerca de ellos cuando dijo: “Por último, sigan fortaleciéndose en el Señor y en su poderosa fuerza. Pónganse la armadura completa que Dios da, para que puedan mantenerse firmes contra las astutas trampas del Diablo; porque no tenemos una lucha contra alguien de carne y hueso, sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales de esta oscuridad, contra las fuerzas espirituales malvadas que están en los lugares celestiales”.
El capítulo 12 de Apocalipsis abre aún más la cortina y revela con más detalle lo que sucederá en los cielos como resultado de que se le dé el Reino al Hijo del Hombre: “Y estalló una guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles también lucharon, pero no pudieron vencer, ni quedó ya sitio para ellos en el cielo. Así que hacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, al que llaman Diablo y Satanás, que está engañando a toda la tierra habitada. Él fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Y oí una voz fuerte en el cielo, que decía: ‘¡Ahora se han hecho realidad la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! Porque ha sido arrojado hacia abajo el acusador de nuestros hermanos, que los acusa día y noche delante de nuestro Dios’”.
Luego de mostrarnos el resultado de esa lucha, Apocalipsis nos indica que, inmediatamente después, el Diablo y sus demonios se dirigirán a destruir a los herederos del Reino que queden en la tierra que tendrán la misión de dar testimonio acerca de Jesús. ¡Esto es guerra! ¡Ay de la tierra y del mar! —declara el ángel— porque el Diablo ha bajado adonde están ustedes lleno de furia, ya que sabe que le queda poco tiempo.
Antes de esa batalla épica en los cielos, habría relativa paz en el mundo, como ahora. El conflicto final está reservado para el tiempo del fin, tal como el ángel le reveló a Daniel al decirle: “He venido a hacer que entiendas lo que le ocurrirá a tu pueblo en la parte final de los días, porque es una visión todavía para el futuro” (Daniel 10:14).
La parte final de los días es el período relativamente breve que comienza cuando Jesús recibe el Reino, lo cual se superpone al dominio de larga data de las naciones por parte del Diablo y sus ángeles después de que son expulsados del cielo de Jehová. El capítulo 12 de Apocalipsis se refiere a este período como el “poco tiempo” que le quedará a Satanás. La parte final de los días podría considerarse como un período de transición tumultuoso, un cambio de guardia, por así decirlo.
¿Quiénes compondrán el pueblo de Daniel durante el tiempo del fin? No serán los descendientes carnales de Abrahán, sino los judíos espirituales, los santos mencionados por este profeta. Serán los cristianos ungidos que conforman lo que el apóstol Pablo llamó “el Israel de Dios”.
El ángel continuó diciendo: “¿Sabes por qué he venido adonde ti? Ahora regresaré a pelear contra el príncipe de Persia. Cuando me vaya, el príncipe de Grecia vendrá. Sin embargo, te informaré de las cosas anotadas en los escritos de la verdad. No hay nadie que me ayude en estas cosas aparte de Miguel, el príncipe de ustedes” (Daniel 10:20, 21).
El ángel que hablaba con Daniel en esos momentos se había manifestado de una manera muy inusual. El profeta describe su encuentro de la siguiente manera: “Y el día 24 del primer mes, mientras yo estaba en la orilla del gran río, el Tigris, levanté la vista y vi a un hombre vestido de lino y con un cinturón de oro de Ufaz en la cintura. Su cuerpo era como el crisólito, su cara tenía la apariencia del relámpago, sus ojos eran como antorchas encendidas, sus brazos y pies parecían cobre pulido y el sonido de sus palabras era como el sonido de una multitud. Yo, Daniel, fui el único que vio la visión. Los hombres que estaban conmigo no la vieron. Sin embargo, empezaron a temblar muchísimo y corrieron a esconderse”.
Aunque no era frecuente, los ángeles se les aparecían ocasionalmente a algunos hombres y mujeres en la antigüedad. Por lo general, se aparecían con un aspecto similar a los seres humanos para no perturbar o aterrorizar indebidamente a quienes recibían su visita. Así que, ¿por qué se le apareció este ángel a Daniel de tal manera que se quedó sin fuerzas y cayó al suelo? ¿Y por qué fue solo él quien vio esta visión, mientras sus compañeros no vieron nada, pero temblaron de terror por el simple hecho de estar cerca?
Como ya se dijo y como debería ser evidente para cualquiera que lea el libro de Daniel, todas sus profecías tienen que ver con la venida de Cristo. Siendo eso innegablemente cierto, Daniel hizo parte —sin saberlo— de un drama profético de la manifestación o parusía de Jesús. Esto puede ser confirmado por el hecho de que el ser sobrenatural que este profeta vio se parece mucho al Jesús deslumbrante que Juan contempló en la visión que nos muestra el capítulo uno de Apocalipsis. Tanto Daniel como Juan cayeron como muertos a los pies del glorioso personaje.
No es coincidencia que tanto Daniel como Juan estuvieran cautivos en los reinos que hacen parte de la simbólica bestia de siete cabezas cuando tuvieron sus asombrosas visiones. Eso fue una representación profética, una confirmación de lo que los dos profetas contemplaron en sus visiones, a saber, que los santos serían aplastados por la bestia hasta que Miguel se convierta en su salvador.
El hecho de que ese glorioso ángel se dirigiera dos veces a Daniel como un hombre muy valioso nos indica que el profeta fue un tipo de los elegidos por Jehová para formar parte del Reino celestial, aquellos a quienes el apóstol Pedro se refirió como valiosos para Dios al decir: “Mientras se acercan a él —una piedra viva rechazada por los hombres pero escogida por Dios y valiosa para él—, ustedes mismos, como piedras vivas, están siendo edificados para formar una casa espiritual, a fin de que sean un sacerdocio santo y así ofrezcan sacrificios espirituales que Dios acepte mediante Jesucristo” (1 Pedro 2:4, 5).
Volviendo a Daniel, el ángel le dijo: “Y yo, en el primer año de Darío el medo, me puse de pie para apoyarlo y fortalecerlo. Lo que te voy a decir es verdad…” (Daniel 11:1, 2).
Aunque Satanás y sus ángeles han sido los dirigentes invisibles de los gobernantes humanos a lo largo de los siglos, algunas veces los ángeles de Jehová han anulado los planes de Diablo para que se pueda llevar a cabo el propósito de Dios. Por ejemplo, aunque el Imperio persa era gobernado desde lo invisible por un príncipe demoníaco, Dios utilizó al rey persa, Ciro, para derrocar a Babilonia, lo cual resultó en que los judíos fueran liberados del cautiverio y regresaran a su tierra natal para reconstruir Jerusalén.
Y tal como señala el pasaje mencionado anteriormente, el ángel de Jehová continuó fortaleciendo y apoyando al rey de Persia después de Ciro, ya que Darío también sirvió como benefactor del pueblo de Daniel. Esta es una verdad muy importante. No debemos suponer que este tipo de intervención sea poco común, porque si así fuera, los príncipes demoníacos ya habrían acabado con el pueblo de Dios hace mucho tiempo. Jesús es, después de todo, el Rey de reyes, Señor de señores y Príncipe de príncipes. Tenía poder sobre los demonios cuando estuvo aquí en la tierra. ¿Cuánto más ahora que se le ha dado toda autoridad?
Pablo exhortó a que se hiciera lo siguiente: “Así que en primer lugar recomiendo que se ruegue, se ore, se interceda y se dé gracias por toda clase de personas, por reyes y por todos los que ocupan altos cargos, para que podamos seguir llevando una vida tranquila y calmada con total devoción a Dios y seriedad”. La respuesta a esas oraciones requeriría la intervención divina, ¿no es así? Una vez más, podemos afirmar que los testigos de Jehová han vivido en un período de paz y tranquilidad, al menos en términos generales, durante las últimas décadas.
Pero así como de manera repentina la pandemia ha cambiado el mundo, la venida de Cristo, el gran príncipe, ocurrirá inesperadamente para hacer la guerra contra el mundo de Satanás.