Cientos de millones de personas afirman ser cristianas, lo cual significa que creen en Jesús. La gran mayoría de los feligreses creen erróneamente que Jesús es Dios y parte de una misteriosa trinidad. La mayoría no cree que Jesús tuvo un comienzo, que fue creado por Jehová.

Por otro lado, un pequeño número de “cristianos” no cree que Jesús haya tenido una existencia prehumana. Los unitarios ven a Jesús como un profeta, pero no necesariamente proveniente del cielo. Sin embargo, Jesús tenía bastante claro que había descendido del cielo. Encontramos una de las veces que lo afirmó en el capítulo ocho de Juan: “Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo. Por eso les dije ‘Morirán en sus pecados’. Porque, si no creen que yo soy quien digo ser, morirán en sus pecados” (Juan 8:23, 24).

Jesús también reveló su origen celestial a Nicodemo, un fariseo, diciéndole: “Si les he hablado de cosas de la tierra y aun así no creen, ¿cómo van a creer si les hablo de cosas del cielo? Además, ningún hombre ha subido al cielo excepto el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre’’ (Juan 3:12, 13).

Aunque, obviamente, Jesús todavía no había subido a las regiones celestiales, él estaba hablando de su eventual regreso al cielo como una realidad. Él estaba seguro de que Jehová lo resucitaría y puesto que había nacido de nuevo, él sabía que su lugar estaba en el cielo. Es por ese motivo que, en la noche de su arresto, Jesús le pidió a su Padre que lo recibiera de regreso, declarando lo siguiente: “Yo te he glorificado en la tierra; he completado la obra que me encargaste. Así que ahora, Padre, glorifícame a tu lado con aquella gloria que yo tenía junto a ti antes de que el mundo existiera’’ (Juan 17:4, 5).

Claramente, Jesús sabía de dónde venía y hacia dónde iba. Fueron los judíos quienes se negaron a aceptar el verdadero origen de Cristo. En una ocasión, Jesús les dijo a los judíos incrédulos que él llegó a existir antes de Abrahán. Ellos intentaron apedrearlo. Pero si hubieran estudiado las Escrituras, ellos habrían sabido que Miqueas predijo que su gobernante nacería en Belén y que su “origen se remonta a tiempos antiguos, a los días de mucho tiempo atrás’’.

Hay una muy buena razón por la cual Jesús bajó del cielo. Fue para poder ofrecerle a Dios un sacrificio: su vida perfecta. Pablo explicó que Jesús fue el “segundo hombre” y el “último Adán”. ¿Qué significa eso? Jesús fue el segundo hombre perfecto a quien Jehová dio existencia. Y como el “último Adán” es el último hombre perfecto a quien Dios traerá a la vida. El motivo por el que Dios produjo un segundo hombre sin pecado fue para que correspondiera exactamente al valor del primer hombre perfecto: Adán. De esa manera, la vida de Jesús podría ser usada para recomprar la vida de la moribunda descendencia de Adán.

Sin embargo, algunos se preguntarán por qué Dios simplemente no creó a otro hombre perfecto del polvo del suelo tal como lo hizo con Adán. Y hay una muy buena razón para ello también. Esta consiste en que, después de que Dios formó una esposa para el primer hombre, el Todopoderoso anunció que su trabajo creativo había terminado, al menos en lo que respecta a la Tierra. Desde entonces, él ha estado “descansando”. Si Dios hubiese creado a otro hombre para reemplazar al original, habría violado su sábado.

Sin duda, Satanás imaginó que había logrado poner a Dios en una posición incómoda ya que la intención de Jehová era que Adán y Eva llegaran a ser muchos y llenaran la tierra con personas perfectas. En otras palabras, aparentemente el cumplimiento del propósito de Dios dependía de los seres humanos. Cuando Adán y Eva fueron descalificados de esa tarea, tal vez eso pareció como si Dios hubiera fallado. E incumplir su sábado para arreglar las cosas era impensable. Es aquí donde entra Jesús.

Pablo explicó a los filipenses que, aunque Jesús existía en la forma de Dios, como un espíritu divino, él no se consideraba igual a Dios. Él aceptó de buena gana la asignación de permitir que su Padre transfiriera su vida a la matriz de una virgen para poder convertirse en un hombre de carne y hueso.

Por consiguiente, Jesús no nació del polvo, sino que su vida fue transferida. Al escribirles a los corintios, Pablo lo explicó de esta manera: “El primer hombre es de la tierra, fue hecho del polvo; el segundo hombre es del cielo.’’

Nacer como humano teniendo un padre perfecto, le permitió a Jesús retener la perfección que tenía en el cielo. No obstante, esto también le posibilitó ser completamente humano y parte de la raza condenada a muerte que desciende del primer hombre. De esa forma, el hijo de Dios puede asumir el papel de padre de la humanidad, como lo fue Adán. Desde su posición privilegiada en el cielo, Cristo está ahora en condiciones de otorgar las bendiciones de Jehová a través de la resurrección de los muertos. De esa manera, él se convertirá en el Padre Eterno de la raza humana. Y el Creador lo ha logrado sin violar su propio sábado.

No es de extrañar que el apóstol exclamara: “¡Oh, qué profundas son las riquezas, la sabiduría y el conocimiento de Dios! ¡Qué inexplicables son sus juicios e inexplorables sus caminos!’’