PREGUNTA #6 – ¿Cuándo le fue dado a Jehová un precio de 30 piezas de plata como se indica en Zacarías 11: 12-13? ¿Y por qué su Biblia tiene una referencia que apunta al Nuevo Testamento, la cual trata acerca de cómo Jesús fue traicionado por 30 piezas de plata?

RESPUESTA: El interrogador no comprende la profecía de Zacarías. El profeta Zacarías simplemente representaba al pastor de Jehová y este solicitaba que le dieran su paga de 30 monedas de plata, las cuales fueron canceladas. Luego, Dios le ordenó a Zacarías que arrojara la plata al tesoro del templo. Zacarías es el “yo”, cuyos servicios como pastor fueron valorados en 30 piezas de plata. La profecía fue aplicada más tarde a Jesús por los apóstoles, pero por supuesto, en ese caso, fue Judas quien recibió el salario, no Jesús.

PREGUNTA #7 – Muchas veces en la Biblia se nos dice que Dios resucitó a Jesús. Ver Hechos 2:24, Hechos 2:32, Hechos 3:15, Hechos 3:26, Hechos 4:10, Hechos 5:30, Hechos 10:40, Hechos 13: 30-37, Romanos 4:24, Romanos 6 : 4, Romanos 10: 9, 1 Corintios 6:14, Gálatas 1: 1, Efesios 1: 17-20, Colosenses 2:12 y 1 Pedro 1:21. Sin embargo, Jesús les dijo a los judíos que si destruían este templo, ÉL lo levantaría nuevamente en 3 días (Juan 2: 19-21). La Biblia define claramente lo que Jesús quiso decir, cuando él expresó que el “templo” significaba su CUERPO. Entonces, si Jesús levantó su propio cuerpo y la Biblia dice claramente que Dios resucitó a Jesús, ¿quién sería Jesús entonces? Además, ¿qué significa esto para sus enseñanzas que nos dicen Jesús dejó de existir y necesitaba ser recreado?

RESPUESTA – Sin duda alguna, la nación de Israel fue bendecida por Jehová. Dios no solo les brindó abundancia material y los protegió de sus enemigos, al menos cuando le fueron fieles, sino que fueron la única nación en la tierra que sabía la verdad sobre la muerte. La razón detrás de ese hecho es que, tal como dijo Pablo en su carta a los romanos, originalmente se les habían confiado las declaraciones sagradas de Dios. (Romanos 3:2)

Mientras que todos los pueblos bajo el dominio de Satanás tenían religiones basadas en la mentira de que la muerte no termina con todo, los israelitas sabían que sí. Sabían que su única esperanza de una vida futura dependía de una resurrección de la muerte en un punto del futuro distante.

Por ejemplo, el profeta Daniel escribió lo siguiente acerca la venida del gran príncipe Miguel: “Muchos de los que están dormidos en el polvo de la tierra se despertarán, algunos para vida eterna y otros para humillación y desprecio eterno.’’ (Daniel 12:2)

Cuando el amigo de Jesús, Lázaro, murió, Jesús les dijo a sus apóstoles que Lázaro estaba durmiendo. Los apóstoles malinterpretaron a Jesús, al imaginar que Lázaro estaba literalmente descansando. Entonces, Jesús les dijo de manera directa y franca: “Lázaro ha muerto”. Su afligida hermana, Marta, le dijo a Jesús que creía que su hermano resucitaría durante la resurrección que se daría el último día. No hace falta decir que, salvo un milagro, Lázaro permanecería inconsciente, como si estuviera durmiendo, hasta el “último día”.

La creencia en una resurrección de los muertos contrastaba fuertemente con las religiones paganas, cuyos partidarios creían que las almas de los muertos estaban conscientes, flotando en algún lugar. Esa afirmación no es muy diferente a lo que creen los feligreses de hoy.

Cuando Jesús fue a donde habían sepultado a Lázaro, su hermana se opuso a que la piedra fuera rodada de la entrada de la tumba, diciendo: “Señor, ya debe oler mal, porque han pasado cuatro días”. Sin duda alguna, esta judía no se imaginaba que su hermano estaba vivo en el mundo inferior. Ella sabía que él estaba muerto y que su cadáver se había comenzado a descomponer.

Pero Jesús le aseguró que, si ella creía, vería la gloria de Dios. Entonces, Jesús le oró a su Padre celestial al escuchar a la multitud reunida alrededor de la tumba abierta, diciendo: ‘’‘Padre, te doy las gracias por haberme escuchado. Yo sé que tú siempre me escuchas, pero lo digo por la multitud que me rodea, para que crean que tú me enviaste’. Y, después de decir esto, gritó con fuerza: ‘¡Lázaro, sal!’. El que había estado muerto salió. Tenía los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta con una tela. Jesús les dijo: ‘Quítenle las vendas y dejen que se vaya’.’’

Para aquellos que están dispuestos a razonar de manera honesta, ¿habría creído alguno de los judíos que presenciaron este asombroso milagro que Jesús había resucitado a Lázaro porque era Dios? Por supuesto que no. Jesús le oró a su Padre celestial delante de la gente para que supieran que Jehová lo había enviado a hacer su obra.

Durante los más de 40 años que he tenido conversaciones con trinitarios, algunos han argumentado que Jesús solo oró a Dios para que sirviera de ejemplo a los demás. Pero si eso es cierto, entonces Jesús no era más que un charlatán, pues Jesús hizo saber que el Padre a quien estaba orando siempre escuchaba sus oraciones. Pero si Jesús simplemente fingía estar orando, él habría mentido cuando dijo que sabía que el Padre siempre lo escuchaba.

Ya que Jesús no resucitó a Lázaro por su propio poder, ¿cómo pudo haberse levantado a sí mismo de una condición inconsciente, impotente e inanimada? El hecho es que no fue de esa manera.

Mientras la vida de Jesús se desvanecía mientras colgaba, sangrando, clavado en un madero, sin aliento, su última declaración fue una súplica a Dios para que lo recordara: ‘’Y Jesús llamó con voz fuerte y dijo: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Cuando hubo dicho esto, expiró.’’ (Lucas 23:46).

Originalmente, la expresión que se traduce ‘’expiró’’ en este texto significa dar el último aliento, y así lo traduce la Nueva Traducción Viviente. En pocas palabras, nuestro Señor murió. Su fuerza vital, el espíritu animador de Dios que Jehová sopló originalmente en las fosas nasales de Adán, abandonó su cuerpo. Jesús sabía que sus perspectivas de vida futura estaban completamente en manos de Dios. Él confiaba en que Dios lo resucitaría al tercer día, lo que, por supuesto, hizo, tal como incluso el interrogador admite en su pregunta.

Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando les dijo a las autoridades judías “derriben este templo y en tres días lo levantaré’’? ¿Se resucitó a sí mismo?

En este sentido, los trinitarios realmente no tienen sentido común y exponen su ignorancia absoluta, no solo de las Escrituras en general, sino de la naturaleza misma de Jehová Dios.

Suponer que el Dios Todopoderoso, el Creador del vasto universo y sus trillones de estrellas que arden a millones de grados centígrados, llegó a ser carne y luego murió, es una idea ridícula y realmente absurda.

¡El ferviente creyente trinitario podría suponer que Dios puede hacer cualquier cosa, pero el mismo “creyente” también creería que un Papá Noel obeso puede deslizarse por una chimenea llena de hollín y volver a salir! El hecho es que hay cosas que Dios no puede hacer. Por ejemplo, es imposible que Dios diga una mentira. (Hebreos 6: 7) No puede hacerlo. También es imposible que el Eterno muera. Simplemente no puede morir jamás. Tampoco puede llegar a ser menos disminuyendo su naturaleza divina y grandiosa.

Quizás el verdadero creyente en el mito de la trinidad podría suponer que Dios solo fingió morir, algo así como la zarigüeya que se hace la muerta. Pero eso también conduce a numerosas dificultades irresolubles.

¿Qué quiso decir entonces Jesús?

Lo que los trinitarios se niegan a aceptar es que Jesucristo era un hombre, no un dios/hombre, sino un hombre piadoso, temeroso de Dios. Aunque Jesús había sido un dios antes de su venida a la tierra, Pablo explicó a los filipenses que se despojó de su naturaleza divina y llegó a ser humano. De hecho, Jesús tenía que ser humano para que su sacrificio correspondiera con lo que era Adán.

En el capítulo 15 de 1 Corintios, Pablo explicó la correspondencia de Jesús con Adán, al decir: “Así está escrito: ‘El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser vivo’. El último Adán se convirtió en un espíritu que da vida. Sin embargo, lo que es espiritual no viene primero. Lo que es físico viene primero y después lo que es espiritual. El primer hombre es de la tierra, fue hecho del polvo; el segundo hombre es del cielo.’’

¿En qué sentido fue Jesús el “último Adán” y el “segundo hombre”? Jesús fue el segundo hombre perfecto que Dios creó. Además, fue el último hombre perfecto que Dios crearía. Aunque la raza humana redimida finalmente alcanzará la perfección sin pecado del primer hombre, esto no llegará a ocurrir como una creación directa de Dios, sino a través de la obra redentora de Cristo durante los 1,000 años, cuando él y sus 144,000 compañeros reyes y sacerdotes ministren a la humanidad.

Siendo un humano sin pecado que fue engendrado directamente por Jehová, Jesús no heredó el pecado de Adán. En consecuencia, Jesús no estaba bajo la condenación de la muerte, ya que la muerte es un resultado directo del pecado. Eso significa que Jesús poseía la misma posición perfecta que Adán tenía en el jardín del Edén ante Dios antes de escuchar a Eva y comer del fruto prohibido. Jesús tenía derecho a la vida eterna que Dios le otorgó al primer Adán, siempre que obedeciera a Dios.

Pero Jehová no deseaba que su amado segundo hombre viviera para siempre en la tierra. Creó al último Adán para que este pudiera ofrecer su vida perfecta como sacrificio ante él, para que pudiera estar justificado para redimir a la descendencia moribunda del Adán original. Sin embargo, todo dependía de la obediencia de Jesús. Nuevamente, Pablo nos explica el proceso: “Así pues, tal como una sola ofensa tuvo como resultado que hombres de toda clase fueran condenados, del mismo modo un solo acto de justificación tiene como resultado que hombres de toda clase sean declarados justos y reciban vida. Porque, tal como muchos llegaron a ser pecadores por la desobediencia de un solo hombre, del mismo modo muchos llegarán a ser justos por la obediencia de una sola persona.’’ (Romanos 5: 18-19)

Mientras que, para obedecer a Dios, Adán simplemente tenía que tener muchos hijos y abstenerse de comer de un solo árbol en el paraíso del placer, Jesús, por otro lado, debía someterse a la muerte más horrible imaginable para hacer la voluntad de su Padre.

Aunque el exaltado sentido de justicia de Dios requería un precio correspondiente al valor de la vida de Adán para redimir a su descendencia, debido a que Adán desobedeció voluntariamente a Dios, el Redentor debía sacrificar voluntariamente su vida. Esta no se le podía quitar sin su consentimiento. En otras palabras, por mucho que Dios deseara redimir a nuestra raza moribunda, sin el sacrificio voluntario de un humano perfecto Dios no podría actuar arbitrariamente en contra de su propio estándar justo. Como agente moral libre, el segundo hombre debía desear perder su vida en nuestro nombre.

Jesús lo explicó de esta manera: “El Padre me ama por esto: porque yo entrego mi vida para luego volver a recibirla. Nadie me la quita, sino que la entrego voluntariamente. Tengo autoridad para entregarla y tengo autoridad para recibirla de nuevo. Ese es el mandamiento que recibí de mi Padre.’’ (Juan 10: 17-18)

Tenga en cuenta que Jesús dijo que tenía autoridad para “recibir” su vida nuevamente. ¿Qué nos quiso decir? Obviamente, él no recibió vida de sí mismo. Eso no tendría sentido. Como ya se dijo, Jesús no estaba bajo la condenación de la muerte. La única forma en que podía morir era si voluntariamente entregaba su vida, lo cual hizo. Pero debido a que su muerte no fue un castigo por haber vivido una vida pecaminosa, Dios se vio obligado, por su justicia, a devolverle la vida. Y hacerlo no requirió ningún tipo de rescate o violación de las leyes divinas. Por el contrario, ¡él no devolver a Jesús a la vida hubiera sido un acto de injusticia y maldad universal!

Por lo tanto, la orden del Padre fue, tal vez parafraseando, la siguiente: “Hijo, si haces esto, si te sometes voluntariamente a la muerte, te prometo que te devolveré la vida”.

En pocas palabras, Jesús tenía en sus manos su propio destino. Aunque los judíos asesinos intentaron matar a su Mesías, estos no pudieron hacerlo a menos que Jesús se sometiera voluntariamente a la muerte. Pero si lo hacía, si confiaba su espíritu al Padre, él sabía que resucitaría al tercer día. Debido a que tenía tanta confianza en Jehová, Jesús podía hablar con absoluta seguridad de su resurrección de los muertos, como si él mismo lo lograra. Y, como hemos mencionado, si se sometía a la voluntad del Padre, su resurrección estaba garantizada por la solemne promesa de Jehová.

Por supuesto, los custodios judíos del templo no tenían ni idea de lo qué estaba hablando Jesús cuando les dijo que derribaran este templo y que él lo reconstruiría. Y su contraparte de hoy en día, es decir, los trinitarios, tampoco captan la idea correcta.