Domingo 5 de julio
Él fue dejando que se le afligiera; no obstante, no abría la boca (Is. 53:7).
No es fácil ser mansos cuando estamos bajo tensión. Puede que les digamos cosas desconsideradas a los demás o los tratemos mal. Si alguna vez nos hemos sentido estresados, pensemos en el caso de Jesús. Durante sus últimos meses de vida en la Tierra, tuvo que soportar mucha presión. Sabía que lo iban a matar y que iba a sufrir una horrible tortura (Juan 3:14, 15; Gál. 3:13). Unos meses antes de morir, dijo que se sentía muy angustiado (Luc. 12:50). Y pocos días antes de su muerte reconoció: “Mi alma está perturbada”. Podemos ver su humildad y su obediencia a Dios por la forma en que le abrió el corazón cuando le oró (Juan 12:27, 28). Cuando llegó el momento, fue valiente y se entregó a los enemigos de Dios, quienes lo asesinaron de la manera más humillante y cruel imaginable. Pese a tanto estrés y sufrimiento, Jesús fue manso e hizo la voluntad de Dios. Sin duda, él es el mejor ejemplo de lo que significa ser manso a pesar de estar bajo estrés (Is. 53:10). w19.02 11 párrs. 14, 15
Una gran parte de la población de nuestro planeta sabe que Jesús murió. Se repite tan a menudo que Cristo murió por nuestros pecados, que ese hecho pierde su significado para cientos de millones de personas que lo saben. Sin embargo, por esa razón no pierde su importancia tan trascendental. Sí, la muerte de Jesús fue sustitutiva. Él dio su vida como rescate. No obstante, hay más cuestiones implicadas detrás de su sacrificio.
Jesús pudo haber muerto sin dolor y su vida humana perfecta todavía habría correspondido en valor a la vida del primer hombre, Adán, antes de convertirse en pecador. Pero era necesario que Cristo sufriera. El capítulo 53 de Isaías nos habla de ese tema. El versículo 10 nos dice lo siguiente: “Pero fue la voluntad de Jehová aplastarlo, y él permitió que se enfermara’’. La Traducción del Nuevo Mundo original decía: “Pero Jehová mismo se deleitó en aplastarlo’’.
¿Qué significan esas palabras? Obviamente, a Dios no le agradó ver a su amado hijo ser torturado y morir de una forma tan horrible. Jehová tampoco perpetró personalmente los crímenes que llevaron a la muerte de Jesús. Para comprender completamente todo esto y conocer el por qué fue la voluntad de Dios que Jesús fuera aplastado, debemos consultar el libro de Job.
En los primeros dos capítulos, se nos permite tener conocimiento acerca de una conversación que tomó lugar en los cielos, en la cual participó un ángel identificado como Satanás. Jehová permitió que tuviera acceso a su presencia para que dijera lo que tenía en mente. Dios quería que la cuestión que él iba a plantear saliera a la luz. Básicamente, el ángel rebelde dijo que todos los que le eran leales a Dios, lo eran por pura conveniencia y que nadie le sería fiel si se le hacía sufrir o morir.
En el caso de Job, Dios permitió que Satanás le quitara todo excepto su vida. A pesar de haber perdido a sus hijos, todas sus posesiones materiales y haber recibido la influencia negativa de su esposa y tres supuestos amigos, Job le fue fiel a Dios, incluso como ser humano imperfecto.
Evidentemente, desde que Jesús fue bautizado, Satanás tuvo la intención de tentarlo o presionarlo para que fuera desleal a Dios. La cuestión en juego era la misma que con Job. Antes de su venida a la Tierra, Miguel era el hijo más privilegiado de Dios. Él fue el primer ángel que Jehová creó. Cuando el Diablo se rebeló y cuestionó la integridad de todos los hijos de Dios, nadie estaba en condiciones de proporcionar una respuesta más inequívoca que el tan favorecido Primogénito de toda la creación.
El apóstol Pablo explicó esto en su carta a los filipenses, donde escribió: “Mantengan esta misma actitud mental que tuvo Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no pensó en quitarle el lugar a Dios y hacerse igual a él. No, más bien dejó todo lo que tenía y tomó la forma de un esclavo y se convirtió en un ser humano. Es más, cuando vino como hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, así es, una muerte en un madero de tormento.’’
En la esfera humana, los hijos de hombres ricos y poderosos tienen muchos privilegios y disfrutan de numerosas ventajas. Por ejemplo, los hijos de familias acaudaladas a menudo evitan el servicio militar. O, si son reclutados, son asignados a áreas seguras lejos de las zonas de combate. No obstante, lo que los han obtenido no se compara en nada con la gloria y privilegios que poseía el Hijo de Dios en los cielos. Y, aun así, él lo dejó todo y llegó a ser humano.
Lo más importante de todo es que el Cristo fuera completamente obediente. Jesús sabía que era la voluntad de Dios que él muriera para pagar el rescate. También conocía bien las cuestiones que Satanás había hecho surgir. Sabía que era la voluntad de Dios que Satanás lo aplastara para demostrar ante toda la creación que era ese ángel era un vil mentiroso. Para alegría nuestra, Jesús se sometió a la voluntad de Dios, él demostró obediencia hasta la mismísima muerte.
Esa es la razón por la cual, cuando Jesús regresó al reino de los espíritus, se nos dice que él “fue a predicarles a los espíritus en prisión’’. Obviamente, esa predicación no fue un mensaje de buenas noticias y probablemente Cristo tampoco les habló directamente a los demonios. Pero el hecho mismo de que Jehová hubiera resucitado a Jesús como un espíritu inmortal significaba que Cristo había sido fiel. Significaba que Satanás quedaba expuesto como un mentiroso y falso acusador. Significaba que la cuestión que Satanás había hecho surgir para justificar su propio curso de oposición había fallado. La resurrección de Cristo significó que la profecía que Dios emitió en el Edén con respecto a la mordedura de la serpiente en el talón de la simiente de la mujer se había cumplido. Ahora la glorificada descendencia prometida está en posición de aplastar la cabeza de la serpiente, Satanás el Diablo.
Desde que Jesús estableció su congregación como un pilar y apoyo de la verdad, Satanás ha tratado de infiltrarla y subvertirla. Lamentablemente, este espíritu inicuo ha tenido mucho éxito. Dado que la obediencia de Jesús a Dios fue una humillante derrota para el Maligno, él ha influido sobre la mayoría de los líderes de la cristiandad para que ellos difundan la idea de que Jesús es Dios. Debido a ello, la Trinidad es considerada la doctrina central del falso cristianismo del Diablo. Tal enseñanza efectivamente oscurece la verdad acerca de la obediencia de Jesús a su Padre. Después de todo, ¿cómo podría Dios obedecer o desobedecer a sí mismo?
Pero la verdad es que Jesús pudo haber desobedecido. Incluso unos momentos antes de su arresto en el Jardín de Getsemaní, Jesús dijo en oración: “Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.
Si Jesús hubiera cambiado de opinión, las circunstancias hubieran tomado un giro completamente diferente. Me estremezco al pensar cuál pudiera haber sido el resultado si Jesús no se hubiera sometido totalmente a la voluntad de su Padre.