Esta es una continuación de la serie de artículos de Jeremías.
Cuando el rey Salomón ofició la inauguración del recién construido Templo de Jehová en Jerusalén, el Dios de Israel aceptó la estructura como su morada al hacer que una densa nube envolviera el santuario, lo cual expulsó a los sacerdotes. Antes de la construcción del templo, la presencia de Dios entre los israelitas se simbolizaba mediante el tabernáculo portátil; no obstante, con la construcción del templo de Salomón, el nombre de Dios se asoció estrechamente con Jerusalén. Jehová la llamó la ciudad donde he hecho residir mi nombre.
Por improbable que parezca, Salomón, a quien Jehová habló en dos ocasiones, no había terminado de construir el templo. Ignorando la advertencia de Jehová sobre tener muchas esposas —especialmente las extranjeras que adoraban demonios— en su vejez, el considerado el hombre más sabio de su época cometió la insensatez de incitar a Jehová a la ira al construir templos a los dioses falsos de los que sus numerosas esposas eran devotas. En respuesta, Jehová arrancó a diez tribus del centro de adoración en Jerusalén, dejando solo a Benjamín y Judá bajo el reinado de la descendencia real de David.
Con el tiempo, sin embargo, debido a su persistente idolatría, Jehová desechó el reino de las diez tribus al permitir que el Imperio asirio las conquistara. Aun así, cuando el rey Senaquerib atacó Jerusalén, el ángel de Jehová extinguió a todo el ejército asirio mientras dormían. La milagrosa defensa de Jerusalén y del templo por parte de Dios debió de dar a los judíos una falsa sensación de seguridad. Seguramente creían que, como el templo representaba la presencia de Dios, la ciudad era inexpugnable. Y lo habría sido si hubieran sido fieles a Dios.
Por medio de Jeremías, Dios les advirtió a los judíos que no cayeran en este engaño, diciéndoles: “Esto es lo que dice Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel: ‘Corrijan su conducta y sus acciones, y dejaré que sigan viviendo en este lugar. No confíen en palabras engañosas ni digan: “¡Este es el templo de Jehová, el templo de Jehová, el templo de Jehová!”’” (Jeremías 7:3, 4).
Los judíos no escucharon. Incluso mientras los babilonios sitiaban la ciudad, aparentemente aún creían que Dios intervendría y los salvaría.
Jeremías estaba arrestado en Jerusalén cuando recibió el siguiente mensaje: “Jeremías recibió las palabras de Jehová por segunda vez mientras seguía preso en el Patio de la Guardia: ‘Esto es lo que dice Jehová, el que hizo la tierra, Jehová, el que la formó y la estableció firmemente; su nombre es Jehová: “Llámame, que yo te responderé y te contaré cosas grandes e incomprensibles, cosas que tú no sabías”’” (Jeremías 33:1-3).
Aunque Jeremías no lo preguntó, Dios le reveló lo que pudo haber sido incomprensible para él y para los judíos sitiados. Aunque Dios trajo contra ellos guerra, peste y hambre —un anticipo obvio y paralelo a los jinetes del Apocalipsis—, Jehová prosiguió a predecir: “Voy a curarla y a devolverle la salud; voy a sanarlos y a darles paz y seguridad en abundancia” (Jeremías 33:6).
Dios ciertamente cumplió esa promesa aparentemente imposible cuando causó la repentina derrota de Babilonia e instó a los persas conquistadores a facilitar la reconstrucción de Jerusalén. Eventualmente, el Mesías llegó, y vivió en la tierra de los judíos restaurados, revelándoles una abundancia de verdad.
En última instancia, sin embargo, la promesa de Dios aplica es al Israel cristiano. Esa verdad se puede discernir por el hecho de que el capítulo 33 de Jeremías revela que la descendencia real de David gobernaría sobre la nación restaurada de Dios. Y como confirma el registro bíblico, el trono de David nunca fue restaurado a Israel. De hecho, los primeros discípulos de Jesús erróneamente esperaban que Jesús restaurara el trono en Jerusalén.
Considere los versículos 19 al 22: “Y Jeremías de nuevo recibió las palabras de Jehová: ‘Esto es lo que dice Jehová: “Solo si ustedes pudieran romper mi pacto acerca del día y mi pacto acerca de la noche —de modo que el día y la noche no lleguen a su tiempo—, solo entonces podría romperse mi pacto con mi siervo David, de modo que él no tenga un hijo gobernando como rey en su trono; y lo mismo con mi pacto con los sacerdotes levitas, mis siervos. Tan seguro como que no puede contarse el ejército de los cielos ni medirse la arena del mar, yo multiplicaré la descendencia de mi siervo David y los levitas que me están sirviendo”’”.
La Watchtower reconoce que “David” se refiere a Jesús, a quien los judíos incluso llamaban el hijo de David, y se espera que el reinado de “David” comience con la segunda venida de Jesucristo como el Rey guerrero. Como saben los testigos de Jehová, el pacto de Dios con David se cumplió cuando Jesús fue bautizado y se escuchó la voz de Dios desde el cielo confirmando su aprobación de Cristo. Sin embargo, como se dijo, Jesús obviamente no gobernó sobre los judíos. Al final, declararon que no tenían más rey que César cuando clamaron por la muerte de Jesús. Si bien es cierto que en el Pentecostés del año 33 E.C. Jesús se convirtió en rey sobre el recién formado Israel cristiano de Dios, con quien Jesús estableció un nuevo pacto, y también un pacto para un reino para que aquellos hijos de Dios nacidos de nuevo y adoptados también pudieran sentarse en tronos y gobernar con el Primogénito de muchos hermanos—Cristo—, en ese momento no fue cuando Jesús se sentó en su trono.
Es importante destacar el momento en que Dios anunció la recuperación y la salvación. Fue cuando Nabucodonosor estaba sitiando la ciudad santa. Y, como se mencionó anteriormente, Jehová señaló específicamente que los tres aspectos de su juicio adverso eran la espada, el hambre y la peste, en ese orden.
La Watchtower afirma que Jesús vino en 1914 en cierta forma, como lo demuestra la presunta apertura de los sellos del Apocalipsis en ese año, trayendo guerra, hambre y peste, en ese orden.
Anteriormente, la Watchtower (sin duda bajo el liderazgo de Fred Franz) se daba cuenta de que la disciplina de Dios, incluso el cautiverio en Babilonia la Grande, coincidía con la venida de Cristo. Eso ya no es así. Hace unos años, el Cuerpo Gobernante cambió eso. Ahora, ellos aseveran que el Babilonia la Grande hizo cautivo al cristianismo en el siglo II, cuando la gran apostasía se esparció como gangrena en esa época.
La verdad es que Cristo no ha venido. Punto. La Gran Guerra que estalló en 1914 no fue evidencia de la entronización de Cristo. Fue obra de Satanás, a quien Dios le ha permitido realizar toda obra poderosa, señal mentirosa y todo engaño injusto para crear una falsa parusía inmediatamente antes del regreso de Cristo. Eso significa que nos enfrentamos a la Tercera Guerra Mundial, con todo lo que conlleva, incluyendo hambre y epidemias. Es entonces cuando Dios les hablará a los judíos espirituales y les asegurará la salvación.
¿No es el aspecto central de la venida de Cristo durante la conclusión la desolación de Jerusalén? Y aunque la Watchtower ha interpretado casi todas las profecías como ya cumplidas en el siglo XX, incluyendo el pisoteo de la ciudad santa mencionado en el capítulo 11 del Apocalipsis, ella no puede afirmar que ya hemos visto la presencia de la cosa repugnante en un lugar santo, ya que Jesús claramente situó ese evento inmediatamente antes de la gran tribulación.
Según la Watchtower, la conclusión del sistema comenzó hace 111 años. Y debido a que en el capítulo 13 de Mateo Jesús declaró que la cosecha es la conclusión de un sistema —obviamente el sistema cristiano—, la Watchtower se ha visto obligada a inventar la enseñanza más absurda: que los ángeles separaron a millones de feligreses de los Estudiantes de la Biblia y que los arrojarán al horno de fuego en Armagedón.
Es increíble, pero el engaño es tan poderoso y promovido por la misma fuente que constantemente es alabada como el esclavo fiel y discreto, que cristianos por lo demás espiritualmente perspicaces nunca cuestionan la veracidad de ese absurdo. Por ejemplo, Jesús dijo que durante la siega: “El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y ellos sacarán de su Reino todas las cosas que llevan al pecado y a las personas que violan la ley” (Mateo 13:41). Si los millones de devotos de Babilonia la Grande son la mala hierba que los segadores angelicales arrancaron, ¿por qué los testigos de Jehová inteligentes no se plantean esta sencilla pregunta: cómo llegaron las masas de falsos adoradores al Reino de Cristo, para empezar?
Indudablemente, a los testigos de Jehová se les ha enseñado correctamente que, antes de la venida de Cristo, el reino sobre el cual Cristo gobierna es su congregación, en la que se reúnen los ungidos. Pablo lo explicó al escribir a los colosenses: “Él nos rescató de la autoridad de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13).
Entonces, de nuevo, ¿por qué era necesario que los ángeles separaran a las masas de Babilonia la Grande de la congregación de los primogénitos de Cristo? Por supuesto, nadie puede dar una respuesta sensata.
La guerra, el hambre y las epidemias venideras serán el telón de fondo para que los ángeles segadores realicen su obra. Jehová se lo explicó a Jeremías: “Porque esto es lo que dice Jehová, el Dios de Israel, acerca de las casas de esta ciudad y las casas de los reyes de Judá que están demolidas debido a las rampas de ataque y la espada, y acerca de los que están viniendo a pelear contra los caldeos, haciendo que los cadáveres de esos que maté en mi ira y mi furia llenen las casas, esos que con su maldad hicieron que ocultara mi rostro de esta ciudad…” (Jeremías 33:4, 5).
“Esta ciudad” se refiere, por supuesto, a Jerusalén. Y Jerusalén representa a la congregación de Cristo, ya que Jesús fue ejecutado allí y el cristianismo también se originó allí, y fue la sede no oficial de los apóstoles hasta su destrucción en el año 70 E.C. Por lo tanto, aquellos a quienes Jehová derribó con ira eran judíos apóstatas. Y el que Dios esconda su rostro de la ciudad donde hizo residir su nombre es un presagio del juicio adverso que vendrá sobre la congregación de Cristo durante la tribulación. Entonces los malvados serán separados de los justos y abandonados al llanto y crujir de dientes, sabiendo que su destino es la muerte eterna.
Después de eso, Dios revelará una abundancia de paz y verdad mediante la revelación de Jesucristo a los ungidos fieles.