Un artículo de estudio de La Atalaya de octubre de 2024 se titula: “Qué aprendemos de los últimos 40 días de Jesús en la Tierra”. Analicémoslo.
Durante los muchos años que lleva funcionando la Watchtower, resulta desconcertante lo poco que los testigos de Jehová han aprendido de los últimos 40 días de Jesús en la Tierra. Durante los últimos 10 años, aproximadamente, la Watchtower ha adoptado un nuevo enfoque de las profecías. En lugar de tratar de interpretarlas, extrae lecciones de la vida de los profetas. La Watchtower trata de la misma manera los últimos 40 días de Jesús antes de su ascensión a los cielos.
Aún no se ha considerado la importancia del significado de un periodo de 40 días. ¿Se debe eso a que no es importante? ¿Es solo una coincidencia que Jesús ayunara durante 40 días mientras estaba en el desierto, siendo tentado por el Diablo?
¿Qué hay del hecho de que Moisés estuvo solo en el monte Sinaí con Jehová durante 40 días, sin comer ni beber agua? ¿Hay alguna conexión entre la experiencia de Moisés y el período de 40 días después de la resurrección de Jesús?
En primer lugar, sin embargo, hay un par de aspectos dignos de mención de las apariciones de Jesús después de su resurrección. Uno de ellos es que Jesús sólo se le apareció a los creyentes. Ningún judío incrédulo vio a Jesús después de que él volviera a la vida. La única excepción fue Saulo/Pablo, que tuvo la experiencia única de ver a Cristo después de su ascensión.
Otro aspecto digno de mención es que prácticamente en todas las ocasiones en que Jesús se apareció él reprendió a sus discípulos. Por ejemplo, el hecho de que Jesús se le apareciera primero a dos mujeres a las que luego ordenó que fueran a contárselo a los apóstoles tenía la intención de ser una reprimenda a los hombres que lo habían abandonado cuando fue arrestado. Las mujeres no eran consideradas testigos confiables, y sin duda esa es la razón por la que los apóstoles no le creyeron a María. Pero Pedro corrió a la tumba y la encontró vacía. No vio a Jesús como lo vieron las mujeres. En cambio, Pedro y los demás tuvieron que seguir las instrucciones de las mujeres de salir de Jerusalén y regresar a Galilea, donde Jesús se les aparecería. Eso fue una reprimenda. E incluso entonces, algunos de los apóstoles dudaron de que fuera Jesús.
El artículo de La Atalaya cita el relato de dos discípulos anónimos que iban caminando y Jesús se les apareció como un extraño y fingió no saber lo que había sucedido. Cuando le explicaron, Jesús los reprendió por insensatos y lentos para creer todas las cosas que dijeron los profetas. El artículo omite la reprensión de Jesús y simplemente dice que Jesús les dio una lección.
Luego tenemos a Tomás, quien orgullosamente se negó a creer el testimonio de testigos oculares, sus compañeros apóstoles. No creería a menos que Cristo lo visitara personalmente y pudiera examinar su cuerpo en busca de marcas de heridas. Sorprendentemente, Jesús lo complació cuando se le apareció con heridas en las manos y en su costado. Pero la aparición de Jesús vino con una reprensión: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado. Deja de dudar y cree” (Juan 20:27).
Incluso después de que Tomás reconoció al Maestro, el Señor lo reprendió de nuevo, diciendo: “¿Has creído porque me has visto? Felices los que no han visto y aun así creen” (Juan 20:29).
En otra ocasión, los discípulos estaban pescando en una barca. Cuando Jesús llamó originalmente a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, ellos estaban pescando, y Jesús les ordenó que echaran la red. Atraparon tantos peces que la barca comenzó a hundirse. Cuando el hombre en la orilla también les ordenó que echaran la red, reconocieron que era Jesús, pero no por su apariencia. Cuando llegaron a la orilla y hablaron con él, Jesús le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba. Eso también tenía la intención de reprender a Pedro, quien había negado conocer a Jesús tres veces.
La última aparición de Jesús ocurrió cuando reunió a sus discípulos en el Monte de los Olivos, donde unas semanas antes, les había hablado de la señal de su presencia y de que todos los elegidos serían reunidos con él. Sin embargo, incluso entonces, los discípulos querían saber si estaba restaurando el reino de Israel en esos momentos. Jesús básicamente les dijo que no era asunto de ellos.
Pero entonces, de repente, Jesús comenzó a ser levantado de la tierra. Yendo cada vez más alto, ascendió al cielo. Subió a las nubes y desapareció. En ese momento, dos ángeles se aparecieron en medio de ellos y les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué están ahí de pie mirando al cielo? Este Jesús, que estaba con ustedes y fue llevado al cielo, vendrá de la misma manera en que lo han visto irse al cielo” (Hechos 1:11).
Si nos hubiésemos situado en el monte de los Olivos ese día y hubiésemos contemplado esa fantástica visión con nuestros propios ojos, ¿cómo habríamos entendido lo que dijeron los ángeles? ¿Esperaríamos volver a ver a Jesús? Si no, ¿por qué no?
Por supuesto, todos los que presenciaron la ascensión de Cristo han muerto y no estarán en la Tierra cuando Jesús regrese. Pero alguien en algún momento estará en la Tierra cuando Jesús venga “de la misma manera”.
Incluso antes de que se fundara la Watchtower, una de las primeras publicaciones de Charles Russell fue un folleto titulado The Object and Manner of our Lord’s Return (El objeto y manera de la vuelta del Señor). En él, Russell afirmaba que Jesús no regresaría de la misma manera, es decir, visiblemente, sino más bien invisiblemente. De hecho, Russell hizo la fantástica afirmación de que Jesús había regresado invisiblemente en 1874. Aunque esa fecha ha sido revisada, hasta el día de hoy, la Watchtower enseña que Jesús no regresará de la misma manera. Ahora se cree que su regreso invisible ocurrió en 1914.
Russell razonó que Jesús no podía regresar en la carne porque eso anularía el rescate. Pero ¿no se apareció Jesús en la carne después de su resurrección? Indudablemente lo hizo. Después de que Jesús se apartó de los dos hombres en el camino, se manifestó nuevamente mientras estaban en una casa. El relato narra lo siguiente: “Mientras estaban hablando de estas cosas, Jesús mismo se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘Tengan paz’. Pero, aterrados y asustados, pensaban que estaban viendo un espíritu. Por eso les dijo: ‘¿Por qué están alarmados? ¿Por qué les han surgido dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tóquenme y miren, porque un espíritu no tiene carne y huesos como ven que tengo yo’” (Lucas 24:36-39).
Se entiende que Jesús no siempre se materializó con un cuerpo que llevara las heridas que sufrió cuando fue colgado en el madero. Sin embargo, lo hizo al menos en dos ocasiones. No obstante, según el fundador de la Watchtower, Cristo no podía regresar en la carne. Y como los espíritus son invisibles, se razona que el regreso de Cristo debe ser invisible. Puesto que podemos estar seguros de que Cristo no invalidó su sacrificio humano cuando materializó varios cuerpos de carne y hueso para convencer a sus discípulos insensatos e incrédulos de que estaba vivo, tenemos que preguntarnos: ¿cómo vendrá Cristo de la misma manera que los discípulos lo vieron partir?
Se nos informa que ningún hombre puede ver a Dios y seguir viviendo. ¿Es eso? No. Aunque el Creador de innumerables estrellas es demasiado glorioso para que lo pueda contemplar un ser humano, Dios puede manifestarse de una manera que no resulte en la muerte de quienes están cerca de él. Ese fue el caso de Moisés. Antes de ascender para recibir el segundo juego de tablas de piedra, Moisés pidió ver la gloria de Dios. Jehová colocó a Moisés en un peñasco rocoso protector y lo protegió con su mano figurativa. Entonces Dios pasó por allí, y Moisés vio lo que Dios describió como su “espalda”. Aunque Moisés no vio el “rostro” de Jehová, sí habló con él “cara a cara”, es decir, conversaron tal como lo harían dos hombres. Cuando Moisés descendió de la montaña, su rostro emitía rayos debido a su encuentro.
Elías también tuvo un encuentro similar con Dios. Estaba escondido en una cueva cuando un despliegue sobrenatural de viento y fuego sacudió la montaña. Y entonces, con una voz tranquila y baja, Jehová le habló a Elías. Por cierto, después, Elías ayunó durante cuarenta días y finalmente ascendió al cielo en un carro de fuego. Tanto Moisés como Elías aparecieron junto a Jesús en la visión de la transfiguración y conversaban con él. La transfiguración fue un anticipo de la parusía. Se dice que los dos testigos del Apocalipsis, también representados por Moisés y Elías, están de pie junto al Señor de toda la tierra. “Estar junto” a alguien es lo que significa la palabra griega pa·rou·sí·a.
Puesto que Moisés vio la gloria de Dios y hablo con él y Elías también habló con el Todopoderoso y ambos fueron llevados figurativamente por Dios, solo para aparecer en la visión de la transfiguración, los dos testigos deben ver a Cristo y conversar con él cuando estén junto a él. De hecho, no existe tal cosa como una parusía invisible.
Entonces, ¿qué hemos aprendido de los últimos 40 días de Jesús en la tierra? Las apariciones de Jesús después de su resurrección son un anticipo de su presencia cuando se manifieste ante los elegidos. Así como los discípulos fueron insensatos y lentos para creer todas las cosas que dijeron los profetas, también lo son los testigos de Jehová. Ni siquiera los ungidos pueden comprenderlo. Están en la misma situación que los apóstoles incrédulos antes de que Jesús los sacara de su insensatez.
¿Qué hay de los 40 días? Puesto que Jesús se le apareció a más de 500 discípulos en el transcurso de 40 días, parece razonable esperar que la parusía se desarrolle en un período de 40 días. Durante ese tiempo, los 7.000 que queden de resto ungido fiel lo verán, empezando por los “últimos”, siendo estos los primeros en verlo. Y tal como los que vieron a Jesús antes de su ascensión fueron llamados a ser testigos de su resurrección, los escogidos darán testimonio de que han visto la manifestación del Señor. De hecho, Jesús dijo que se presentarían ante gobernadores y reyes para darles un testimonio.
Podemos esperar que la manifestación de Jesús produzca una transformación en quienes contemplen su gloria, la gloria del Hijo de Jehová, de modo que den su testimonio con el rostro descubierto, tal como lo explicó el apóstol Pablo: “Pues bien, Jehová es el Espíritu, y donde está el espíritu de Jehová hay libertad. Y todos nosotros, mientras reflejamos como espejos la gloria de Jehová con rostros descubiertos, somos transformados en esa misma imagen que va reflejando más y más gloria, exactamente como lo hace Jehová, el Espíritu” (2 Corintios 3:17, 18).