Ha habido relativamente pocas ocasiones en las que Dios ha intervenido en los asuntos humanos a gran escala. Esas pocas intervenciones han cambiado drásticamente el curso de la historia. La primera y principal (hasta ahora) fue el gran Diluvio. Por medio de un diluvio global, Dios destruyó a un mundo antiguo. El Dios Todopoderoso obligó a los ángeles lujuriosos a disolver su carne y regresar al mundo espiritual, donde actualmente residen. Esos ángeles son conocidos ahora como demonios y espíritus impuros. Colateralmente, el colapso del océano celestial que envolvía el planeta cambió para siempre el clima de la Tierra.
La siguiente intervención divina ocurrió poco después de que las aguas del diluvio retrocedieran. Jehová intervino para evitar que Nemrod estableciera un gobierno mundial. Para impedir que la humanidad colaborara eficazmente en un esquema para construir una enorme torre con su cima en los cielos, Jehová Dios alteró las mentes de la mayoría de las personas. Programó en ellos un nuevo idioma, previamente desconocido, como si fuera un software. (Al parecer, aquellos que hablaban hebreo no fueron reprogramados).
No ocurrió algo como el hablar en lenguas. En el caso de los que estaban bajo la influencia de Nemrod, Dios borró permanentemente el idioma que hablaban anteriormente y les instaló un vocabulario completamente diferente. Sin duda, los nuevos idiomas fueron repartidos por familias. Así, cada clan se reorganizó por su lengua en común.
En otra ocasión, unos 2.000 años antes de Cristo, Dios hizo que lloviera fuego y azufre del cielo, incinerando las inicuas ciudades de Sodoma y Gomorra, estableciendo así un patrón del juicio venidero.
Pasaron varios cientos de años, y entonces Jehová intervino nuevamente para cumplir su promesa a Abrahán de dar a sus descendientes la tierra de Canaán. El hecho de que los israelitas fueran esclavos en Egipto no presentó problema para Dios. A través de una serie de diez plagas, Jehová obligó al faraón a dejar ir a los hebreos. Dios luego dividió el Mar Rojo y permitió que millones caminaran sobre un lecho de mar seco. Después atrajo al faraón y sus carros, y provocó que el mar cayera sobre ellos, ahogándolos a todos.
Quizás una de las intervenciones más asombrosas fue cuando Josué ordenó que el sol y la luna se detuvieran en el cielo para que los enemigos de Israel pudieran ser derrotados. Se menciona que fue la primera vez en la historia que Dios escuchó a un hombre. “Así que el sol se quedó quieto y la luna no se movió hasta que la nación logró vengarse de sus enemigos. ¿No está escrito en el libro de Jasar? El sol se quedó quieto en medio del cielo y no se apresuró a ponerse por más o menos un día entero. Nunca hubo —ni antes ni después— un día como aquel, en que Jehová escuchó la voz de un hombre, porque Jehová estaba peleando por Israel” (Josué 10:13, 14).
En tiempos de guerra, en más de una ocasión, Dios luchó a favor de Israel causando confusión y pánico entre los ejércitos enemigos, de modo que se mataron entre sí.
Sin duda ha habido innumerables intervenciones que no fueron observables humanamente y solo son conocidas por revelación divina. Un ejemplo se registra en el capítulo 10 de Daniel, cuando un demonio impidió que un ángel ayudara al profeta. Miguel, el arcángel, intervino y venció al príncipe demoníaco de Persia.
Jehová Dios también intervino de otras maneras que no fueron sobrenaturales. Dios encargó a naciones cumplir su propósito. Por ejemplo, Dios usó a Asiria para castigar a las diez tribus idólatras de Israel. Un siglo y medio después, Babilonia se convirtió en un instrumento en la mano de Dios para destruir Jerusalén. Luego, Dios movió a los medos y persas para derrocar a Babilonia y liberar a los judíos. En cada caso, Jehová había anunciado mucho tiempo antes su intención de usar imperios terrenales para llevar a cabo su obra.
La siguiente intervención fue mucho más sutil. Jehová milagrosamente implantó la vida de su perfecto hijo celestial en el vientre de una virgen judía. Luego ocurrió otro milagro cuando Jesús fue bautizado y ungido con espíritu santo. Y, por supuesto, Jesús realizó innumerables milagros durante su ministerio de 42 meses, lo cual culminó con su resurrección por parte de Jehová, quien luego lo regresó al cielo. Pero los milagros no terminaron allí.
Diez días después de su ascensión, 120 discípulos fueron ungidos con el espíritu santo, el mismo con el que había sido ungido Cristo. Su unción fue dramatizada por lenguas de fuego que reposaron sobre la cabeza de cada uno. Había comenzado la era cristiana.
El libro de Hechos registra algunos de los milagros que realizaron los apóstoles, incluyendo devolver la vida a los muertos y expulsar demonios. No obstante, a medida que los apóstoles fueron muriendo —algunos violentamente— el cristianismo se fue diluyendo y corrompiendo. Al final, fue absorbido por el Imperio romano y desapareció.
A lo largo de muchos siglos, Dios simplemente ha permitido que la historia siga su curso. Eso no significa que Jehová no haya usado a individuos en ocasiones. Simplemente no hay forma de saberlo con certeza. Sin embargo, es evidente que el desarrollo de la imprenta ciertamente cambió el curso de la historia: la Biblia fue el primer libro publicado con tipos móviles.
Hacia el final del siglo XIX, Dios comenzó a ungir a personas nuevamente. No, lenguas de fuego no flotaban sobre sus cabezas. Aun así, es evidente que ocurrió la unción milagrosa, como lo demuestra la iniciación de una campaña de predicación que se ha extendido hasta el presente. Jesús predijo que las buenas nuevas del Reino serían predicadas en toda la tierra primero como un preludio a la intervención final. La buena noticia es que será posible sobrevivir a la próxima intervención divina. ¿Y cuál es la próxima intervención? Es la segunda venida de Cristo. Y esta incluirá todas las intervenciones anteriores de alguna forma.
Primero, Miguel y sus ángeles pelearán contra Satanás y los príncipes demoníacos, y los expulsarán del cielo de Jehová. La expulsión de Satanás creará caos en la tierra, manifestándose en guerras, hambrunas, epidemias, guerras civiles y, en última instancia, el colapso de la civilización. Del colapso surgirá el último rey, un octavo rey.
En medio de todo ese caos, será necesaria una intervención divina para salvar a la humanidad de la extinción. Jesús advirtió que una gran tribulación vendría sobre toda la tierra habitada. La tribulación será de tal gravedad que ninguna persona sobreviviría de no ser por la intervención de Jehová para acortarla. Teniendo en cuenta todo el discurso que ha habido recientemente sobre una guerra entre las potencias nucleares, parece ser una conclusión inevitable que los príncipes demoníacos están decididos a llevar a las naciones a un holocausto nuclear.
Durante el período más oscuro de la historia humana, Dios se insertará en los asuntos humanos a escala global. Para ser más correcto, después de muchos siglos, Cristo aparecerá en escena, literalmente apareciendo ante aquellos que han sido llamados, escogidos y fieles. La aparición de Cristo, también conocida como su presencia, manifestación y revelación, traerá la transformación milagrosa de aquellos a quienes él se les aparecerá. El apóstol Juan, quien fue testigo de la visión de la transfiguración, escribió sobre esa manifestación: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él sea manifestado seremos como él, porque lo veremos tal como es” (1 Juan 3:2).
La revelación de Jesús resultará en la revelación de los hijos de Dios. Cristo vivirá vicariamente a través de ellos, de modo que el trato que se les dé se le dará al propio Jesús. Sabemos cómo terminará esa forma de intervención divina. El capítulo 11 de Apocalipsis revela a dos testigos que realizarán milagros similares a los de Moisés y Elías durante 42 meses, el mismo tiempo que duró el ministerio de Cristo. Moisés y Elías aparecieron en la visión de la transfiguración conversando con el Jesús glorificado, lo cual fue un adelanto de la parusía. Por lo tanto, los dos testigos representan al cuerpo de los escogidos que verán a Cristo. Por eso se les llama “testigos”. Darán testimonio ante gobernantes y reyes de que han visto a Cristo en su gloria. ¿Con qué resultado? “Cuando hayan terminado de dar su testimonio, la bestia salvaje que sube del abismo guerreará contra ellos, los vencerá y los matará” (Apocalipsis 11:7).
La guerra de la bestia y su conquista de los cristianos ungidos provocarán la última intervención divina en un lugar llamado Armagedón.
“Y vi tres mensajes inspirados impuros parecidos a ranas salir de la boca del dragón, de la boca de la bestia salvaje y de la boca del falso profeta. De hecho, son mensajes inspirados por demonios y realizan señales; se dirigen a los reyes de toda la tierra habitada con el fin de reunirlos para la guerra del gran día de Dios, el Todopoderoso. ‘¡Escucha! Vengo como un ladrón. Feliz el que se mantiene despierto y con la ropa puesta, para que no ande desnudo y la gente vea su vergüenza’. Y reunieron a los reyes en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apocalipsis 16:13-16).