Este artículo es una continuación del análisis que hacía de los salmos.

Siendo muy joven, comencé a buscar a Dios. Durante el último medio siglo, he llamado a Jehová “mi Dios”. Sin embargo, durante todo este tiempo, no puedo decir que alguna vez haya tenido que pedirle que me rescatara, al menos no de una situación de vida o muerte. Eso no quiere decir que no haya pasado por circunstancias angustiosas en las cuales haya pedido la ayuda y la guía de Dios, ni que no haya sido bendecido. Sin duda, muchas otras personas comparten mi experiencia.

Como estadounidense, supongo que debería considerarme bendecido por vivir en un país que no ha experimentado directamente guerras, revoluciones y agitación extrema, al menos no desde la Segunda Guerra Mundial. Las guerras, la escasez y la persecución siempre han estado en otras partes. Incluso las dos guerras mundiales, así llamadas, dejaron intacto al continente americano. Todo eso puede estar a punto de cambiar pronto.

El salmo 31 comienza así: “Oh, Jehová, en ti me he refugiado. Que nunca quede avergonzado. Por tu justicia, rescátame.  Inclina tu oído hacia mí. Ven rápido a rescatarme. Sé para mí una fortaleza en las montañas, una fortificación para salvarme. Porque tú eres mi peñasco y mi fortaleza; por tu nombre, me dirigirás y me guiarás”.

El compositor de este salmo, David, experimentó muchas dificultades, entre ellas la guerra y la traición, sin mencionar sus desastrosos errores personales. Aunque era rey de Israel, uno de sus hijos usurpó su trono traicioneramente y trató de matarlo. ¡Qué angustiante debió haber sido eso! David ciertamente llegó a confiar en Dios y a buscar en él la salvación de sus muchos enemigos. Y Jehová lo rescató en más de una ocasión.

Según la Watchtower, la montaña de la casa de Jehová fue elevada en 1914 y gente de todas las naciones está acudiendo a ella. Esta interpretación de la profecía se basa en el crecimiento numérico de los testigos de Jehová a lo largo de varias generaciones. Pero ¿por qué debería Dios proveernos un lugar de refugio parecido a una montaña cuando vivimos en relativa seguridad?

Tomemos como ejemplo a los líderes de los testigos de Jehová. Residen en una fortaleza cerrada en un bosque apartado. Viven como reyes. Un gran grupo de ayudantes y sirvientes atienden todas sus necesidades. La organización tiene cientos de millones de dólares a su disposición. Su tesoro está rebosante, tanto que recientemente han creado un par de fondos de cobertura para operar en los mercados. ¿Por qué debería Dios proveerles un lugar de refugio? ¿No están ya en un lugar seguro hecho por ellos mismos?

Jesús, por otro lado, experimentó muchos peligros y dificultades. Los judíos asesinos trataron de matarlo en más de una ocasión. Y, por supuesto, finalmente lo lograron. Dirigiéndose a Dios, lo último que dijo Jesús fue: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”.

Al hacerlo, Jesús citó el Salmo 31:5, que, en contexto, dice: “Me liberarás de la red que escondieron para atraparme, porque tú eres mi fortaleza. En tus manos encomiendo mi espíritu. Me has rescatado, oh, Jehová, el Dios de la verdad”.

Algunos trinitarios necios afirman absurdamente que Jesús se resucitó a sí mismo. Por supuesto, él no hizo tal cosa. Cuando Jesús expiró en el madero, murió. Eso fue todo. Su fuerza vital lo abandonó. Expiró. Como cadáver sin vida, no retuvo ningún poder: ni conciencia, ni voluntad, ni vida en absoluto. Se entregó por completo a Dios cuando se sometió a la muerte. Su espíritu, su fuerza vital, solo podría regresar a él si Dios intervenía. Y Dios lo hizo.

Jehová ya había inspirado a David para que predijera que no abandonaría a su hijo en la Tumba. Jesús creyó en Dios. Y Jehová demostró ser el Dios de la verdad cuando Jesús volvió a la vida.

David continuó cantando, diciendo: “No me entregaste en manos de mi enemigo, sino que me pusiste en un lugar seguro” (v. 8).

En el caso de Jesús, Dios lo entregó a sus enemigos. Le quitó su protección durante la Pascua, cuando Jesús mojó el bocado y se lo entregó a Judas, y Satanás entró en él y puso en marcha la conspiración para destruir a Cristo. En Getsemaní, Jesús sabía que era la hora de la autoridad de la oscuridad. No obstante, esa fue una victoria de corta duración. Aunque los centinelas romanos montaron guardia a la entrada de la tumba, no pudieron impedir que el ángel de Jehová hiciera rodar la piedra, y el Cristo viviente salió triunfante sobre la muerte.

Aunque muchos de los salmos inspirados de David se aplican a Cristo, David era un hombre muy imperfecto. Como tal, David podía hablar por los cristianos, especialmente por los que pertenecen a Cristo, durante las dificultades que les sobrevendrán al final. Por eso, David escribió: “Concédeme tu favor, oh, Jehová, porque estoy agobiado. La angustia ha debilitado mis ojos, mi cuerpo entero. Mi vida se consume de tristeza, y mis años, entre quejidos. Por culpa de mi error, mis fuerzas se están agotando, mis huesos se van debilitando” (v. 9-10).

Es evidente que las experiencias de David son portentosas. Considere lo que se dice a continuación: “Me sacan de su corazón y me olvidan, como si estuviera muerto; soy como una vasija rota. He oído muchos rumores maliciosos; el terror me rodea. Cuando ellos se reúnen como uno solo para ir contra mí, traman quitarme la vida” (v. 12-13).

Jesús le advirtió a sus discípulos que serían perseguidos incluso por familiares y antiguos amigos, como lo fue David. Al predecir los acontecimientos destinados a desarrollarse durante la conclusión, Jesús dijo: “Y ustedes, tengan cuidado. Los van a entregar a los tribunales locales y los van a golpear en las sinagogas y, por causa de mí, se les obligará a presentarse ante gobernadores y reyes. Eso les servirá de testimonio a ellos. Además, primero se tienen que predicar las buenas noticias en todas las naciones. Pero, cuando los lleven para entregarlos a las autoridades, no se angustien pensando de antemano en lo que van a decir; digan lo que se les indique en ese momento, porque no van a ser ustedes los que hablen, sino el espíritu santo. Además, el hermano entregará a su hermano para que lo maten, y el padre a su hijo, y los hijos se volverán contra sus padres y harán que los maten. Toda la gente los odiará por causa de mi nombre” (Marcos 13:9-13).

Todos los discípulos originales de Jesús eran judíos. Asistían a las reuniones en sus sinagogas, como lo hacía Jesús. Sin duda, muchos cristianos judíos fueron golpeados por sus compañeros judíos y expulsados ​​de las sinagogas. Sin embargo, las palabras de Cristo están destinadas a cumplirse en el futuro durante la presencia de Cristo. Entre las muchas miles de congregaciones de testigos de Jehová, se encuentran personas ungidas que han sido llamadas al Reino de Cristo. Son ellos los que serán golpeados en sus Salones del Reino por el testimonio que darán.

¿Se ha puesto a los cristianos de la era moderna ante gobernadores y reyes para que les den testimonio? No conozco ningún caso. Además, ¿qué sentido tendría? Todo el mundo tiene acceso a la Biblia. La gente conoce los principios básicos del evangelio. Dar testimonio de Jesús, entonces, durante la conclusión real, implicará mucho más que simplemente reiterar un mensaje que se ha predicado durante décadas. Los cristianos ungidos serán llamados a dar testimonio del hecho de que han visto a Jesús. Es por eso que “Toda la gente los odiará por causa de mi nombre”. Es por ese motivo que serán entregados para ser condenados a muerte.

Volviendo al salmo 31, tal vez con una perspectiva nueva, podemos apreciar mejor lo que David quiso decir cuando expresó lo siguiente: “¡Qué abundante es tu bondad! La has reservado para los que te temen, la has mostrado ante todos los hombres en beneficio de quienes se refugian en ti. En el lugar secreto de tu presencia, tú los ocultarás de los planes malvados de los hombres; en tu refugio, tú los esconderás de los ataques maliciosos” (v. 19 y 20).

¿Qué es el “lugar secreto de tu presencia”? Desde los primeros días del movimiento de los Estudiantes Internacionales de la Biblia, C. T. Russell enseñó que la parusía es invisible. Los testigos de Jehová todavía creen eso. No obstante, mis estudios de las Escrituras me han llevado a descubrir que la presencia de Cristo es lo mismo que la revelación del Hijo del Hombre y su manifestación. He tratado estos asuntos con gran detalle en otros artículos. La Watchtower tiene razón en cuanto a que para la mayoría de las personas la presencia de Cristo será invisible. Pero Jesús se manifestará a los escogidos. Juan nos lo aseguró al escribir: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él sea manifestado seremos como él, porque lo veremos tal como es” (1 Juan 3:2).

En cuanto al lugar secreto de la presencia de Dios, o para ser más correctos, de la presencia del Hijo del Hombre, debemos recordar la experiencia de tres príncipes hebreos en Babilonia: Ananías, Misael y Azarías, mejor conocidos por sus nombres caldeos: Sadrac, Mesac y Abednego. El rey de Babilonia ordenó que fueran ejecutados porque no adoraron a la imagen de oro. Aunque el gran horno se sobrecalentó siete veces más de lo normal, y los tres hebreos fueron atados y arrojados dentro, no fueron consumidos por el fuego. En cambio, para su asombro, Nabucodonosor vio a una cuarta persona de pie en las llamas junto a ellos, alguien a quien describió como un hijo de los dioses. Y, de hecho, era un hijo de Dios.

Ananías, Misael y Azarías estaban ocultos en el lugar secreto de la presencia de Dios, al menos en sentido figurado. Toda la profecía de Daniel se refiere a la venida de Cristo en su Reino, y Daniel y los tres hebreos desempeñaron papeles proféticos, prefigurando la revelación de Cristo a los escogidos.

La organización señala correctamente que la parusía no es lo mismo que la venida de Cristo. Se extiende a lo largo de un período de tiempo, pero no de un siglo. Si hay una cronología verdadera, es esta: la presencia de Cristo reflejará su ministerio terrestre desde el momento de su bautismo y unción hasta su muerte y resurrección. Su ministerio duró tres años y medio, expresados ​​en la profecía como un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo, 1.260 días o 42 meses.

Apropiadamente, David concluyó su salmo instándonos a ser fuertes: “Sean valientes, y que sea fuerte su corazón, todos ustedes, los que esperan a Jehová”.